... A ese hombre, como a Don Quijote, el imán de los libros le ha suscitado una pasión que se parece a la locura, pero como él nunca los lee ignora que no está solo en su disciplinado desvarío y que una gran parte de los locos que transitan los libros lo son por culpa de los libros, de las palabras escritas o ni siquiera de ellas, del hecho simple y misteriosos y ajeno a la lectura de que haya objetos tangibles que ofrezcan, con sólo abrirlos, toda la irrealidad del mundo, que cuando vuelvan a cerrarse lo sigan conteniendo todo, invisible y latente, inalterado, secreto, como un tesoro escondido en el fondo de un pozo. Por influjo de los libros, el hidalgo Alonso Quijano malbarata su hacienda y entrega su dignidad al escarnio, y cuando las gentes razonables echan al fuego las novelas que le quitaron el juicio y tapian la puerta de su biblioteca ya es demasiado tarde, pues las palabras escritas le han vuelto día la noche y heroísmo la locura. ... quién vive con ellos, quién los busca cotidianamente como la satisfacción ineludible de un vicio, quien los escribe o los lee, se sabe en el fondo miembro de una peligrosa cofradía en la que lo acompañan las sombras de Don Quijote
Antonio Muñoz Molina